Prólogo
Calixto Villaseñor
en algún rincón de la ciudad de Valladolor.
Los rincones suelen ser espacios olvidados, solitarios, fríos y polvorientos, lugares que nos invitan a reflexionar/nos cuando volteamos a verlos y quedamos suspendidos ante tal vacío. Pero, ¿adónde los rincones del alma escapan de quedarse como espacios ignotos? En esta recopilación de cuentos, que parecen ser sacados desde la más remota o casi olvidada memoria, Ekaterina permite que los rincones del alma se liberen, se olfateen, se revivan y se desoculten para no ser fragmentos en blanco ambulando por alguna parte en nuestras vidas.
Regresar a casa, ¿a cuál casa? Si casa sólo hay una, la de nuestra madre, la de nuestros padres, la de nuestros abuelos, o aquella en la que crecimos con un montón de familia, la de los domingos, la de las risas, la de los exquisitos platillos, pero regresar, a cualquiera, menos a esta, tan sola… fría… silenciosa… donde sólo habita un cuerpo dotado de recuerdos.
La nostalgia de haber “abandonado” todo aquello que en el pasado fueron ejemplos de felicidad, como el chocolatito caliente o el aroma a hogar, un aroma que cada una y uno de nosotros hemos construido al paso del tiempo.
Estos cuentos nos aproximan a aquellos días de infancia, de viejas amistades, de paseos efímeros, a las sensaciones de euforia por disfrutar de la vida y de los nuestros. Nos muestran que la familia es el único recurso que puede salvarnos de nuestras soledades: familia en vida o familia eterna en esos rincones del alma.
Nos sugiere una importante reflexión: somos hijas e hijos de una presente soledad, aunque, la remembranza sigue siendo el soporte de nuestro día a día. Estos relatos, llenos de tradiciones, costumbres y experiencias familiares, demuestran que cualquiera de nosotras y nosotros podemos revivir alguna experiencia del pasado, y que hurguemos en los rincones del alma para abatir el abandono que, quizás… en este momento nos acontece.
Al mal tiempo, labios rojos
[Fragmento]
Cecilia Ekaterina Cornejo García
Mi vida empezaba a ser monótona, triste, lejana, sin sentido. Bastaba un pantalón de mezclilla, cualquier playera, zapato plano, cero maquillajes. Había dicho adiós a anillos o aretes. No eran necesarios para estar en casa todo el día.
Salía poco a la tienda por algo para la comida. Nada interesante ocurría fuera de la puerta. En el interior las plantas daban color al pasillo y al patio trasero, donde había ido formando una colección de cactáceas, que al igual que mi vida crecían lentamente y sin flores. Para distraerme un poco las arreglaba o jugaba con mi viejo perro que apenas movía las orejas y la cola cuando le hablaba.
Para algunas vecinas tenía un estilo envidiable de existir, ya que el dinero no faltaba, la comida era suficiente, habitaciones limpias, canales de televisión variados, plantas que cuidar, perro que pasear. Pero no sabían que las visitas esporádicas de algún familiar era lo que daba un poco de color a una vida gris.
Empecé a dormir más tiempo. Me levantaba a las 10, dándome tiempo para desayunar con calma. Limpiaba la casa y después intentaba jugar con el viejo Huesos, que más tardaba en pararse que en cerrar los ojos.
La distracción regular era la visita de mi comadre dos días a la semana para contarme sus penas e ir a misa de 12 los domingos.
Un día de tantos, vi un cartel donde invitaban a cursos varios, entre ellos de repostería (secretamente me gustaba hacer postres), y ya que coincidía con los días que mi comadre iba a la casa, decidí inscribirme para no escuchar el mismo cuento de siempre. Por otro lado, la pensión de mi difunto esposo alcanzaba para menos cada día y podría vender pasteles más adelante.
En las primeras clases me sorprendió ver a conocidas que en sus casas estaban sin arreglo personal, con el mismo mandil de cuadros toda la semana, pero en el curso vestían de alegres colores; parecía desfile de modas. A varias no las imaginaba con blusas floreadas o zapatos de moño, incluso algunas llevaban labial rojo. Se veían bonitas. Yo asistía con pantalón de mezclilla, playera, zapatos planos y una cola de caballo.
Los temas de conversación de toda “doña” son las plantas, los hijos, la escuela de los hijos, el marido, perro o gato si tienen mascotas… compartía con ellas lo primero y lo último. En ocasiones ponía atención a los comentarios que escuchaba para aportar una idea o retomarla en mis plantas o en la comida, aunque en realidad sólo me esmeraba un poco cuando me visitaba algún familiar o amiga, a quienes les gustaba mi sazón por cierto. El resto de los días comía recalentado o algo frito, o atún con verduras de lata.
El curso resultó más interesante de lo que imaginé, y para degustación grupal, la maestra nos pidió llevar cada viernes un postre preparado en casa. Algunas compañeras se reunían para preparar algo de su elección, pero terminaba en el estómago de sus hijos. En casa, yo me esmeraba en ingredientes y ligeros cambios en la receta original, disfrutando enormemente esos momentos. Eran gratificantes los comentarios de la maestra y las vecinas sobre mis postres.
Santito negro (y otros cuentos)
Cecilia Ekaterina Cornejo García
Editorial: Silla vacía
Colección: Narrativa
Año: 2021
Formato: Rústico
Páginas: 112
Ancho: 14 cm
Alto: 21 cm
ISBN: 978-607-99129-1-8
Precio $100 ( https://bit.ly/3fsj6Q7 )