Juan Cabrera Aceves
Desde 1578 los jesuitas se instalaron en Valladolid para atender la enseñanza del Seminario en el Colegio de San Nicolás, que había dejado Vasco de Quiroga en Pátzcuaro. Primero construyeron su propio colegio, y hacia 1660 iniciaron esta iglesia con la primera traza en cruz latina de los templos en la ciudad, de brazos recortados y ahora le sabemos “proporción aurea”; a los 5 años se suspendió la obra por falta de recursos, para luego ser continuada.
Existe la duda de si su trazo lo realizó Vicenzo Baroccio de la Escayola, maestro mayor de arquitectura de Catedral, según una cita del Pbro. Gabriel Ibarrola, comentada por el Dr. Gabriel Silva M., y posteriormente por el que escribe, Cabrera J. “Templos Novohispanos”, tras serias penurias, se termina la iglesia hasta 1695 y se dedica al también fundador de la Compañía de Jesús, San Francisco Javier, gran misionero de las Indias Orientales, compañero y amigo de San Ignacio.
Su nave del templo se cubre con bóvedas de arista sobre arcos fajones y formeros, así como arcos torales en el crucero que mediante pechinas sostienen una austera, pero hermosa cúpula ochavada con ventanas rectangulares y hexagonales. La relación larga-ancho de la nave es de 4.5, y su ancho de solo un poco más 10 varas castellanas. En el ensayo geométrico que realicé del espesor de su estribación total, (muros + contrafuertes), de acuerdo al empuje que reciben de las bóvedas, su resistencia supera a lo escrito en los tratados tanto del español Simón García como de Fray Lorenzo de San Nicolás ambos autores también del siglo XVII.
Aunque en el siglo XIX se vistió su interior del neoclasico de la época, su sobriedad interior y exterior siguió con ese carácter sobrio; su fachada tiene torres sencillas y una portada con entablamentos clásicos muy académicos, con un frontis de relieves ornamentales curvados, como olas, presididos en su parte superior con una cruz patriarcal de doble brazo. será acaso representación del milagro del crucifijo de San Francisco Javier, Lo más encantador de esa portada, es la magnífica representación del Amor de Dios y su misterio cristológico: no hay amor más grande que el que da la vida, con una especie de pelícano que se sangra el pecho con su pico, para alimentar con su sangre a sus polluelos hambrientos. representación que fue utilizada en la iconología de ese tiempo en varias obras novohispanas. Finalmente, los jesuitas son expulsados en 1767 por Carlos III.