Por Omar Arriaga Garcés
El caso del Teatro Bicentenario Mariano Matamoros -la remodelación del antiguo Cine Colonial, inaugurado en la década de 1950, que supuestamente costaría 150 millones y estaría listo en 2010- parece una anomalía de más de 700 millones de pesos y trece años de la administración pública estatal. No es, sin embargo, una excepción.
Al menos desde fines de los 80 (en Estados Unidos desde 1971), los gobiernos federales gastan más de lo que recaudan y cubren la diferencia entre sus ingresos y egresos mediante préstamos, ya sea del banco central del país de turno o de alguna institución extranjera de crédito, lo que después vendrían a replicar los estados, regiones autónomas o departamentos de las diversas naciones: endeudarse cada vez más para tener líneas de crédito más altas.
Si algo ponen de relieve casos en apariencia distintos como la Estafa Maestra, los Panama Papers, los Pandora Papers, Odebrecht, el Fobaproa, el rescate de la banca en otros países o la desmesurada impresión de dinero en México y Estados Unidos, es que no se trata de un modo de operación aislado. Hay, en todos, una estructura similar. En Michoacán tenemos la denominada “licuadora”, que es a pequeña escala una reproducción de aquel modelo.
Víctor Manuel Tinoco Rubí, gobernador michoacano de 1996 al 2002, afirma haber dejado una deuda estatal de 152 millones de pesos. Para 2008, Lázaro Cárdenas Batel la habría multiplicado hasta los seis mil 757 millones, mientras que durante el periodo de Leonel Godoy Rangel de 2008 a 2012, entre deuda solicitada y pasivos, ésta habría aumentado hasta los 15 mil 140 millones de pesos.
Con Fausto Vallejo Figueroa, Jesús Reyna García y Salvador Jara Guerrero, de 2012 a 2015, esos números se habrían incrementado hasta los 20 mil 189 millones de pesos. En tanto que con Silvano Aureoles Conejo -de 2015 a 2021-, la deuda pública con bancos ascendería a más de 21 mil millones, trece mil millones de déficit presupuestario y múltiples adeudos a instituciones, todo por un monto superior a los 50 mil millones de pesos, según Alfredo Ramírez Bedolla, nuevo gobernador de Michoacán.
La licuadora, según se escuchaba durante la administración de Godoy Rangel, consistía en utilizar dinero destinado a una secretaría o dependencia, que llegaba desde el gobierno federal, para cubrir el adeudo de otra, como por ejemplo, la nómina de los trabajadores del estado, con lo que se creaba un subejercicio, una irregularidad fiscal por la que la Federación, a veces, dejaba de enviar ese recurso al año siguiente. Se tenía entonces que pedir un préstamo para cubrir el hueco.
Pero, ¿cómo es posible erogar más de lo que se tiene? Además de los malos manejos o de la negligencia a la hora de administrar los recursos de la cosa pública, en primera instancia había debido haber un faltante en alguna de las partidas presupuestales. Diría Enrique Peña Nieto en 2017: “hoy por cualquier cosa quieren culpar a la corrupción”. Y probablemente ésa sería una posible respuesta.
Haciendo las cuentas de lo que se presupuestó para el Teatro Bicentenario Mariano Matamoros, los recursos fueron por el orden de más de 618 millones de pesos y, de acuerdo a algunos medios de comunicación, superiores a los 700 millones. Algún columnista afirma que es más.
De ese monto, en 2010 hubo un subejercicio de 54 millones, en 2011 otro por 55 millones y en 2013 uno más de 22 millones, mientras que en 2012 no se asignó dinero a la obra pero se emplearon en ella 28 millones de pesos. En 2014, no se destinó capital alguno al teatro ni se empleó un solo peso en éste.
En 2015, se dijo que se emplearían 100 millones más en el Teatro Bicentenario Mariano Matamoros, 37 del estado y 63 de la Federación. Según cifras de la pasada administración estatal, que dejaría un agujero superior a los 50 mil millones de pesos, entre 2016 y 2021 se habrían utilizado 162 millones de pesos para finalmente concluir la obra.
El problema de ese modo de operación no se ve de inmediato, en apariencia la administración pública funciona; pero se crea una bola de nieve que, más tarde, será difícil atajar. El futuro se hipoteca. El gobierno entrante deberá pedir más dinero prestado. De otra manera no podrá continuar.
Cuando la bola de nieve es lo suficientemente grande, porque tanto las entidades gubernativas como las privadas operan de ese modo, la administración federal decide “rescatarlas”, a costa de los recursos públicos. El Banco Central imprime más dinero y se lo entrega a las entidades quebradas. La divisa de turno se devalúa. Hay inflación por la gran cantidad de billetes que circulan; suben los precios de las cosas, los ciudadanos acaban pagando los “rescates” y “préstamos”. Y el ciclo se perpetúa ad infinitum.
No es algo privativo de Michoacán ni de México, se llama economía mundial. Es la época que nos ha tocado vivir. Pero también es cierto que el Teatro Bicentenario Mariano Matamoros ha aportado su granito de arena al engranaje de la deuda pública y a la posterior devaluación monetaria.