Juan Cabrera Aceves
Reconstruida a partir del edificio anterior de las monjas dominicas, se dispone con fachada de portadas “pareadas”, como era usual en los templos conventuales de religiosas en Nueva España, ya que su partido arquitectónico funcional les hacía ubicar tanto el coro alto como un sotocoro con acceso directo del claustro del convento, lo que impedía hacer entrada de los fieles por el frente; así que se abren dos puertas pares laterales para entrada y salida de la gente.
Las dominicas habían tenido ya problemas con su vieja casa, a la cual habían llegado desde finales del siglo XVI, hasta que construyeron una nueva morada e iglesia en la Calle Real, hoy “Las Monjas”, en 1738. En la famosa pintura histórica de “El traslado”, se puede observar el templo aún con techumbre a dos aguas, en su salida procesional solemne a la nueva iglesia y convento. Luego ahí se fundó el Colegio de Santa Rosa de Santa María, en 1743.
Su fachada , que me tocó dirigir su restauración en 1998 -a decir de Manuel González Galván “la más rica escultórica fachada de Morelia después de Catedral”-, está compuesta por tableros y guardamalletas con imágenes esculpidas, en las que destaca Santo Domingo sobre el contrafuerte central con su atributo (perro con una batea ardiente); los demás relieves representan la Sagrada Familia de Cristo, a la familia dominica, con Santa Rosa al centro, a Santo Tomas de Aquino, el también angélico San Vicente Ferrer, la presencia trinitaria y cuatro medallones con San Fermín, San Francisco Javier, San Martín de León y Santa Teresa.
En el interior, tres suntuosos retablos; dos bajo la cúpula, y otro en el ábside; uno de ellos dedicado a la Virgen María y otras santas femeninas, en cuya predela están insertos a través de los muros, dos confesionarios fijos con singular funcionalidad, exclusivos para las monjas o las niñas del colegio, (“las niñas rosas”), de manera que el confesor respeta el claustro sin ingresar a él para confesarlas, y con gran celo, tenía que ponerse sentado por dentro de la iglesia mirando de frente al retablo de San Juan Nepomuceno, patrono del secreto de confesión, santo checoslovaco que fue martirizado por el Rey Wenceslao IV de Bohemia, por no revelarle el secreto de confesión de su mujer Sofía de Baviera en el siglo XIV; también es santo protector de las calumnias (al costo, por si a alguien se le ofrece ).
La nave tiene un ancho ligeramente mayor a las 10 varas castellanas y no tiene crucero. Sus bóvedas son aristadas cuatripartitas, cuyos quiebres sabiamente dan más descarga a los arcos fajones que a los arcos formeros (insertos en los muros), ya que el grueso de los muros bajo estos últimos, solo es de 1/6 del ancho de la nave (menor a lo recomendado por los tratados), sin embargo, sumándose al espesor de los estribos llega al tercio, lo que explica el recibimiento de la mayor carga concentrada en los contrafuertes. Su retablo principal, se dispone a la manera del estilo “churrigueresco” (llamado así , por la fama que tuvieron los arquitectos retablistas catalanes de apellido “ Churriguera”, autores del magnífico retablo del convento dominico de San Esteban de Salamanca España, obra cumbre de este estilo , y que se propagó por Nueva España). El reparto del retablo consta de cuatro ejes verticales con columnas “estípites”, llamadas así por su tendencia formal al torso del cuerpo humano, que según Manuel González Galván, significan el sostén de la fe por los cuatro evangelios.
A este retablo le sustrajeron dos columnas centrales del cuerpo bajo; en su restauración que me tocó dirigir en 1997, consistente en limpieza, consolidación , refuerzo e integración, tanto del retablo como de sus imágenes, Manuel me sugería que le restituyera sus dos columnas estípites faltantes, con algún detalle distintivo que para no falsear, y llevara el sello de nuestra época, proyecto que promoví intensamente, más no fue el criterio que prevaleció en ese momento, y finalmente se decidió que así se quedara.
Su iconología se dispone con adecuada jerarquía en la disposición de las imágenes: en la parte alta preside la Santísima Trinidad, flanqueada por cuatro ángeles que también coronan los cabezales de los estípites; al centro , ( tapando un nicho anterior), se encuentra una imagen de la Virgen de Guadalupe, donde según Manuel, debió estar ocupado anteriormente Santo Domingo; al lado de la Virgen, las bellas imágenes de las doctoras de la Iglesia, Santa Catalina de Siena y Santa Teresa de Ávila ; abajo San Agustín, San Fermín, San Martín y San Francisco Javier. Finalmente al centro se encuentra la imagen (contemporánea) de Santa Rosa de Lima, dominica terceraria, fiel devota de Santa Catalina y primera Santa de América. En la parte poniente contigua al templo, aún se encuentra la torre campanario del templo que fue de las antiguas dominicas, en cuyo interior y cuerpo bajo, en la década de los años ochenta construimos con Manuel González Galván, el mausoleo para los notables músicos morelianos.