Víctor Solorio Reyes
La civilización –desde siempre– ha negociado con la muerte sin poderla erradicar. El territorio ganado es en hombros de la Medicina, aquella que ha librado batalla contra la mortalidad desde Hipócrates hasta las drogas retrovirales. De esta premisa podemos extrapolar tres verdades: la primera es que la civilización es una guerra en contra de la muerte; la segunda, que es imposible ganar esa guerra; y la tercera, que los médicos son el pelotón más cercano al campo de batalla. Si tomamos como ciertas estas propuestas, entonces R1 es una novela escrita desde las trincheras. Como todos sabemos, la existencia en las trincheras es demencial, desmoralizante, sucia… se duerme poco y se come menos, se cuestiona toda certeza y se duda de los cimientos más firmes del alma. El gran acierto de R1 es dislocar la trinchera de lodo y lluvia para trasplantarla a los pasillos pulcros y esterilizados del hospital moderno. Y ahí, a unos cuantos metros del enemigo, se ciernen los sinos de los personajes: Ángel, Laura, Rocío, Santiago, residentes recién llegados al Centro Hospitalario de Enfermedades Cerebrales. Asistimos a la pasmosa espiral que es el entrenamiento de las especialidades médicas; la forma en que se entrena a todo estudiante médico y cómo es que, en la defensa de la civilización, los soldados –desde siempre– han tenido que sacrificarse en pos de victorias que se sienten pírricas. En el final, R1 confirma aquella máxima tan sobada: “quien con monstruos lucha, cuide de convertirse a su vez en uno”.
Juan Carlos Huerta Galindo nos guía por el campo de hostilidades con pluma certera y voz madura. Mejor guía es imposible. Médico de talla internacional, Huerta es además una voz novel pero indispensable en la literatura. El trayecto no tiene desperdicio, pues nos regala una obra sorprendente: registro documental del interior de la práctica médica que va disfrazada de novela excelsa.
PRIMERA PARTE
Reconocimiento y Aclimatación
17 de febrero
[Fragmento]
Juan Carlos Huerta Galindo
“¿Qué haces en el Monasterio del Pedregal, si no crees en Dios?”, fue lo primero que me preguntó Fernanda ayer en cuanto llegó. Es una pregunta sensata, ¿no es cierto? A pesar de que conoce muy bien la respuesta, me lo pregunta porque no encuentra otra manera de reclamarme que no esté compartiendo con ella las últimas semanas antes de iniciar la residencia médica: “Ya no pareces interesado en mí”, me dijo, con un tono que me pareció más bien melodramático.
¿En verdad ya no estoy interesado en ella? No lo sé, es probable que sea así. Fernanda ha sido mi novia desde hace mucho tiempo, incluso antes que comenzara medicina: llevamos, me parece, siete años juntos. Nuestra relación ha tenido, como cualquier otra, altibajos. El problema principal, creo, es que se sintió abandonada desde que comencé la carrera. ¿Pero eso es mi culpa?
Cierto, al inicio intentaba visitarla cada fin de semana (apenas dos horas separan Guadalajara de Zamora), pero fue inevitable que, con el paso del tiempo, acabáramos por distanciarnos; además, me gustó ver el “Gran Mundo”. Las amplias avenidas de la ciudad; la oferta cultural, inagotable; el ambiente universitario y bohemio; el tamaño masivo de la urbe: todo terminó por fascinarme. Algunos chilangos dicen que Guadalajara no es más que un ranchote, pero si es así, ¿qué es entonces Zamora? A pesar de padecer ese amor arraigado al terruño, eso que Luis González y González llamaba la querencia, seis años en Guadalajara fueron suficientes para desentenderme de mi vida anterior.
Fernanda, hay que decirlo, ha cambiado también. Lo empecé a notar desde hace algunos meses, pero aclaró todas mis dudas el día que recibí la confirmación de que había pasado el examen nacional de residencias médicas. A pesar de todo lo que significaba para mí (¡Vaya que ella lo sabía muy bien!), del gran empeño que había puesto para pasarlo, su reacción me desilusionó completamente. ¿No estaba emocionada por mi éxito? ¿No se congratulaba conmigo porque todos esos meses llenos de dolores de cabeza, de noches sin sueño, de sacrificios, habían valido la pena? No, no estaba contenta, todo lo contrario: parecía que había recibido una noticia funesta, como la muerte de alguien. Parecía, incluso, que le molestaba que hubiera aprobado el examen. Después de unos momentos de silencio, durante los cuales esperé en vano una muestra de alegría, se limitó a decir: “Felicidades, espero que no sea el principio del fin”.
R1
Juan Carlos Huerta Galindo
Editorial: Silla vacía
Colección: Narrativa
Año: 2022
Formato: Rústico
Páginas: 154
Ancho: 14 cm
Alto: 21 cm
ISBN: 978-607-99608-8-9
Precio: $200 ( https://bit.ly/3g402HQ )