Ixchel Monroy Dotor
La Ciudad de las Canteras Rosas es el mote idílico que se le impuso a Morelia, un espacio geográfico que abarca un área de mil 196 kilómetros cuadrados, situada a mil 957 metros sobre el nivel del mar, según información del Instituto Nacional para el Federalismo y el Desarrollo Municipal (INAFED), y que por sus cualidades naturales se fundó sobre estos asentamientos geológicos el 18 de mayo de 1541.
Bajo el nombre de Nueva Valladolid, en el antiguo Valle de Guayangareo inició la construcción de una ciudad monumental de cantos rosados, que dieron forma a una majestuosa Catedral, palacios y casonas, así como plazas públicas y la Calle Real.
La historia dice que la ciudad está asentada sobre un territorio rocoso y firme, en una planicie, zona que actualmente ocupa el Centro Histórico y que contó en 1991 con mil 113 monumentos que le dieron el nombramiento de Ciudad Patrimonio de la Humanidad.
En su aniversario 481, para celebrar a la ciudad, diferentes instituciones municipales y estatales colocaron un bando solemne que incluye, un evento protocolario, conciertos, exposiciones fotográficas de sus emblemáticos edificios y belleza arquitectónica, además de conferencias que relatan porqué la capital michoacana es virreinal.
Sin embargo, al caminar por sus plazas y observar sus grandes construcciones a la vista no hay palabras que engañen las paredes pintadas, los grafitis, los vidrios rotos, la cantidad de basura tanto visual como sonora que día a día pinta la traza sin ritmo de este paisaje de piedras rosadas.
Desde mobiliario urbano que ya nadie usa como cabinas telefónicas, hasta señaléticas y elementos que hacen falta, como botes para separar los desechos orgánicos e inorgánicos, coladeras, buenas banquetas. La ciudad es una tragedia de piedra.
Las antiguas casonas que se caracterizaban por sus patios con plantas y pájaros canarios, de portones abiertos para lucir sus pilas y arquerías, hoy son comercios porque ha cambiado el uso de suelo o simplemente no existen, al ser ya ruinas o lotes que en el mejor de los casos se usan como estacionamientos públicos.
Basta el ejercicio de contar sobre la calle Plan de Ayala, cuántas casas en ruinas existen para darse cuenta que son más de dos por cada cuadra que se camina y lo mismo sucede sobre la calle 20 de Noviembre, La Corregidora, igual que Allende, 5 de febrero o Héroes de Nacozari, por citar algunas.
La Calle Real, como se le llamó a la Avenida Madero, sufre daños en todo el lado oriente, por las diversas manifestaciones ciudadanas, desde normalistas, maestros, feministas, comuneros y otros grupos más que rayan edificaciones públicas y privadas, rompen vidrios, pegan carteles y degradan la ciudad.
El Acueducto de Morelia, por el que atraviesan vehículos de carga pesada no regularizados y que al paso rompen las mamposterías del monumento; las pintas y la humedad natural también hacen que también sufra su propia tragedia.
El descuido en general del Ayuntamiento, el INAH y el estado, hacen que Morelia sea una gran tragedia de piedra. La sociedad en general sobrevive entre la falta de oportunidades de empleo, la competencia y la carestía por vivir, en medio de la delincuencia e inseguridad, así que ante los monumentos históricos nadie demanda el usufructo de la nación, como un bien común, sino como el escenario de quejas, peticiones, desencantos, traiciones y venganza social.
Ciertamente hubo una vez en que Morelia fue virreinal, hoy es capitalista como lo es su economía pragmática.
Según la teoría de la psicología en comunidad de “las ventanas rotas” (Philip Zimbardo, 1969), un espacio donde existe el descuido, la suciedad, el desorden y el maltrato generan más delitos, porque cuando una comunidad exhibe signos de deterioro y esto parece no importarle a nadie.
¿Suma o resta?
A Morelia, hay que restarle casas y casonas en ruinas, palacios, templos, atrios e inmuebles particulares con pintas y destrucciones, sin mamposterías originales, herrerías que ya no están porque ahora son cortinas de tiendas, portones de madera que tampoco ya existen.
A Morelia, le faltan las placas de las esculturas de los jardines, las coladeras de las calles y los botes de basura. Las farolas prendidas y agua.
En Morelia, podemos sumarle, hay plazas sin árboles, calles cerradas porque hay estacionamientos privados y hoteles que requieren de espacios para vehículos.
A Morelia, hay que sumarle el ruido de los bares, cantinas y restaurantes del Centro y que incluyen terrazas en terceros niveles y rompen con el paisaje urbano. Morelia es una tragedia.