Algunas palabras sobre el cuaderno
Josué Bustos López
U.M.S.N.H.
18/05/2022
Torbjorn Ekelund es un autor noruego que tiene un librito sobre los senderos; para él, el sendero es el relato de un mundo que cuenta algo muy esencial de cómo se atraviesa el paisaje, así pues: sendero y paisaje están ligados íntimamente. Mientras que el camino es el relato del caminante, algo más personal; la historia del sendero es también nuestra historia. Por cada lugar que pasamos, dejamos huellas que luego son seguidas por otros.[1]
De este modo, Miguel ha trazado una parte de su paisaje en los textos que ha publicado. Ese paisaje que a transitado desde su muy particular posición existentiva. Recordemos que para Hans Borli el sendero no es sólo una arteria de comunicación, sino que también es un lugar y un enlace al pasado.[2] El sendero que ha elegido Miguel para expresar una parte de su devenir histórico ha sido la poesía, muestra su modo de caminar a través del poema.
Ahora bien, siempre que estamos en la posición de expresar algunas palabras respecto a un texto, nos encontramos ante una responsabilidad nada fácil. Sobre todo cuando la autoría del texto en cuestión no es la nuestra: aunque el paisaje pueda ser similar, nunca se aprecia con los mismos ojos.
Intentamos colocar en el foco de nuestra atención unas palabras que hemos de suspender, ante las cuales debemos detenernos de la manera más cuidada posible para procurar no sobreinterpretar demasiado lo que el autor está intentando evocar. Así que nos contentaremos con recorrer unas huellas plasmadas de lo que fue el texto en su primer boceto del que tenemos noción, en junio de 2019.
En aquél entonces, el título del poemario estaba pensado como “La bicefalia del cuaderno”. Contaba en ese momento con “La vida (no tan) secreta de las medusas” y con el poema titulado “Buzos con alas”. Al parecer, fueron trabajados en tres fases: a principios de agosto de 2018, a inicios de junio de 2019 y a finales de ese mismo mes.
Desconozco el momento preciso en el que surgieron y se agregaron “Los campesinos de las galaxias” y “Danzar con las pirañas”. Así, el número de los poemas cambió; el título pensado en un principio ya no correspondía al contenido. Imagino que ese es uno de los motivos principales del cambio al título original.
[1] Cfr. Torbjorn Ekelund, Senderos. El deseo de viajar a pie, ed. Volcano, Salamanca, España. Pág. 31.
[2] Cfr. Ibíd. Pág. 85.
De igual modo, hubo cambios leves pero significativos en los poemas que ya conocía. Algunos poemas tuvieron un cambio de posición en la expresión gráfica. Cambios sobre los cuales no ahondaré para no confundir a los lectores pues tampoco altera la esencia en el contenido original, al contrario, estos cambios fueron para bien.
Un ejemplo de ello fue la contracción de los versos que antes estaban diseminados en varias páginas, han dado la sensación de amalgamiento dado que anteriormente había demasiado espacio en blanco entre unos y otros versos. Aunque se suprimieron algunos versos del boceto original, pocos en realidad, los epígrafes introductorios que se habían establecido para cada uno de estos poemas se han mantenido. Todo ello da una muestra de que ha sido un texto muy trabajado, porque en la elaboración del poema uno de los pasos más difíciles de dar no es el escribir sino el saber borrar. Uno tiene que saber elegir cuidadosamente qué se queda y qué se va. Y bueno, respecto a esto me permito una pequeña digresión.
Uno de los mitos de la visión Inuit del mundo nos dice lo siguiente:
“[…] dos ancianas empezaron a hablar de esta manera:
— ¡Qué importa no tener día si así tampoco tenemos muerte! —Decía una, se ve que eso de morirse le daba miedo.
— ¡No! —Replicó la otra—, ¡queremos ambas cosas, la luz y la muerte!
Y según pronunció estas palabras, así se hizo: llegó la luz y llegó la muerte.
Cuentan que cuando murió el primer ser humano cubrieron su cuerpo con piedras. Pero el muerto regresó, se ve que no sabía muy bien en qué consistía eso de morir. Asomó la cabeza y trató de subir, pero una anciana lo devolvió a su sitio de un empujón:
— ¡Ya llevamos mucho peso y nuestros trineos son muy pequeños!
Se preparaban para ir de caza, de modo que el muerto tuvo que volver a su montón de piedras.
Como los hombres ya tenían luz, podían salir a cazar y no tenían que seguir alimentándose de la tierra. Y con la muerte llegaron el sol, la luna y las estrellas.
Pues cuando alguien muere, sube al cielo y empieza a brillar.”[1]
Esto nos cuenta el mito de la visión Inuit respecto a la formación del mundo. Me da la impresión de que algo parecido sucede al interior de la formación del mundo interno del texto, en la gestación del poema. En fin, estas palabras sólo son aproximativas y no pretenden ser definitivas, pues, como dice Miguel:
“a cada quien / su faro en medio de la tormenta”.
[1] Knud Rasmussen, Mitos y leyendas Inuit, Ed. Siruela, Madrid, España, pág. 22.