“El Día que destruí al mundo” es una exposición que revela cómo la fotografía también tiene un discurso artístico que trastoca el asombro y propone la reflexión de temáticas vigentes y universales como lo son la trascendencia, la vida, la muerte y el estadío. Sebastian Portillo, presenta una colección de obras dividida en tres nodos: fotografías, intervenciones y bocetos, que muestran pasajes sobre las emociones personales que evocan el cómo se enfrenta el hombre a estos eventos de destrucción o cambios en tres niveles posibles: desde lo natural, lo místico y lo social.
Con un carácter universal el autor logra en cada fotografía expresar cuestiones más profundas desde el quehacer interpretativo, de investigación y de creación del discurso en “El Día que Destruí al Mundo” compuesta de 19 piezas fotográficas de mediano formato, más 14 ilustraciones y tres arte objetos.
El motivo de esta expresión es que estamos en un punto en el que todo lo que sucede a nivel mundial se percibe como una gran crisis, desde la tremenda crisis sanitaria de COVID 19, misma que empujó al desajuste económico y que ahora se combina con los desastres naturales. “Hay muchas crisis y es inevitable no pensar que se está cerrando un ciclo, es difícil no sentir que hay algo colectivo que está sucediendo y que además acontece cada determinado tiempo, como un ciclo. A partir de estas sensaciones que se fueron quedando en mí desde hace mucho tiempo en temas sobre la vida y la muerte decidí al principio plantear de qué manera puede el ser humano destruir al mundo tanto personal como místico y el natural, para después descubrir que él no es el eje “destructor”, sino que vive estas destrucciones o estos ciclos como algo externo e inevitable”, dice Portillo a este medio en entrevista.
La obra plantea, investiga y resuelve tres narrativas: la destrucción del mundo personal, que son las destrucciones que tienen que ver con la familia, las pérdidas emocionales, de trabajo, conflictos internos, cuando pareciera que todo se acabó y que no hay salida. Otra es el fin del mundo a partir de lo religioso: cómo se interpreta desde las antiguas culturas o modernamente cómo es que se crean símbolos y personajes para responsabilizarlos de estos finales.
igualmente expone el fin del mundo biológico: que es el inevitable ciclo biocósmico en donde cualquier ser vivo nace y muere indiscutiblemente y que es algo a lo cual el ser humano se enfrenta desde la ansiedad porque no puede detenerlo, por más que intente ponerse pomadas, cremas o encomendarse a santos, explica Sebastían Portillo, mientras recorre la Sala 8 del CCC, lugar que aloja la expo.
El punto de convergencia en esta exposición es que intenta abrir diálogos sobre esta temática, aunque no hay una postura radical como tal. Son resultado de las cosas que el autor encuentra a partir de la investigación de textos, autores, mitos.
Una concepción obscura del fin del mundo que sucede según imagina el autor en la tarde noche. “Son obras oscuras con tonos azulosos, terrosos. El ser humano es mínimo, arrastrado por los ciclos biocósmicos, por más que él pueda llegar o intentar ser alguien políticamente grande o religiosamente poderosos somos arrastrados por la multitud como si fuéramos moscos o gusanos, así las imágenes hacinadas de humanidad en esta expo, pero con la esperanza de que en esta miniatura de lo que somos podamos encontrar oportunidades de entender que no desaparecemos sino que nos transformamos en otra cosa”, refiere Sebastian Portillo, director de FOTOVIVA.
Un nodo de la obra está conformado por tres objetos intervenidos por un hongo que se llama pleurotus florida, con lo que el autor intenta representar la transformación de las cosas, “entonces el hongo tiene la capacidad de destruir y crear vida otra vez, por lo tanto yo tomo objetos simbólicos como una biblia, una revista de vanidades y objetos que tienen que ver con las leyes y las comunicaciones que el ser humano quiere dejar como testimonios de eternidad y los descompongo con el hongo pleurotus que crea una nueva vida, aquí se cierra y parte la obra, es la transformación, el proceso de la vida que se regenera”, dice al ubicar las piezas al centro de la sala como si éstas en lugar de cerrar un ciclo dieran continuidad infinita. .
El eje central en “El día que destruí al mundo” es el cuerpo humano, casi en todas las obras aparece, aunque hay ciertas piezas que son objetos y que tienen que ver con cuestiones metafísicas de la vida y la muerte.
“La Vidente”
Esta obra salta a la atención porque es la única pieza que tiene un manto Rojo, “La vidente” surgió de un intento de investigación documental sobre la Nueva Jerusalén, una secta que está en Turicato, Michoacán y que Sebastían Portillo visitó, ya que la secta se basa en creencias sobre el fin del mundo. “Está sostenida de diversas profecías sobre el fin del mundo, fui e investigué, pero me enfrenté a una secta que ha sido muy atacada, todo mundo quiere entrevistarla, tergiversan la información y por otro lado, hay verdades muy extrañas y duras sobre ésta que tampoco quieren que se sepan. Parte de su historia tiene que ver con la Vidente a quien el Papá Nabor ordenó como receptáculo de todos los mensajes de una Virgen que también ellos crearon, al paso de los años esa Vidente ha tenido sus sucesora. Después de insistir logré un recorrido de 10 minutos sobre las nuevas instalaciones de la ermita, que es impresionante. Me llevaron a donde está el altar de la primer Vidente (mamá Salomé), así se me quedó grabado el cómo el ser humano es capaz de crear historias tan poderosas, representarlas, rendirles culto y que se vuelvan tan poderosos que puedan construir o destruir pueblos y eso para mí es una deconstrucción tremenda”… “Somos tan frágiles y estamos tan confundidos que a veces inventamos todas las respuestas a todas las preguntas, me dolió observar esto”. enfatizó con un gestó.
La obra tiene esta composición porque esta vidente siempre tenía una libreta y en ella iba anotando todas las cosas que le caían de la información proveniente de la virgen y así fue trazando una ciudad y fue ordenado al pueblo. “Sabemos que no es así, que esas órdenes son de los líderes y son mandatos humanos. Este, el de la obra, es un altar vacío, que no tiene nada, sin flores. Es un altar rojo con una señora vestida de rojo y es este color porque hay una parte muy violenta detrás del movimiento”, acotó el autor. “No podía yo pensar en otro color más que en ese y se supone que su color es el azul celeste pero no encaja”. Así “la Vidente” es una pieza que causa misterio, curiosidad y cierto rechazo.
El comienzo
Hay en la entrada de la exposición unos bocetos que son la preproducción de la misma, fueron creados previos a la concepción de las imágenes y están hechos en fondo blanco “porque es el papel donde las ideas van surgiendo, se realizaron con un espíritu más libre y con la soltura que no tienen las fotos”. Comentó Portillo, mientras veíamos las 14 piezas a la entrada de la sala.
Sobre las obras fotográficas
Las imágenes de mediano formato narran eventos cíclicos y repeticiones, otras relatan asentamientos, amontonamientos, el fuego y la destrucción para la renovación. Así como cambios, metamorfosis, esperanza, violencia, desesperación, pero también paz.
La obra inicia con una fotografía titulada “La montaña cósmica”, que es un montículo invertido que representa un símbolo primigenio de la vida. “El Dios gusano”, es un trabajo de mucha experimentación corporal, una representación de un gran gusano en movimiento recreando por una docena de bailarines -nacemos, vivimos, morimos y regresamos a la tierra como alimento de gusanos_.
“La casa que arde”, es el fin del mundo emocional: casa, familia, escape de algo que se trae en la cabeza. Creada a partir de los problemas internos y que representa el acto de huir de un recuerdo o un pensamiento que si no calmas, lo sustituyes o sales de él, en realidad nunca lo apagas. Es la pubertad escapando de noche de un fuego que trae adentro y que ni se da cuenta”. repone el autor.
“El nudo”, es un juego de imágenes a modo de paneles que forman una cruz, “crecí en la religión los primeros años de mi vida y es inevitable no tener este tipo de representaciones en mi imaginario. Aquí (en el centro) se muestra el proceso ciclico y anudado de vida y muerte, a los costados se colocaron imágenes sobre la elevación del ser y la resistencia, el individuo al centro es la permanencia finita del hombre, el modelo es Alberto Portillo, poeta michoacano, mi señor padre”, reconoció Portillo cuando notó que jóvenes escuchaban su relatos sobre la explicación de la pieza.
Entre las fotografías también se pueden observar imágenes de piedras intervenida que recuerdan el principio pero que también son y fueron instrumentos de poder, que llegan a controlar y destruir.
“Fuego Nuevo” es la representación de estos rituales de acabar con todo para renovarte. La pieza muestra a un hombre que se hizo de alambre, relleno de paja y periódico y que se encendió, casi un ritual del fuego, como purificador de todo. entonces explica Sebastian Portillo “Es la materialización de las creencias que a través del fuego, del desastre, el diluvio y los temblores las cosas se extingen y se reanudan. El hombre que se está quemando no sufre, es una imagen tranquila, está agusto”.
“Mamurio Veturio”, entre las investigaciones y todo el proceso creativo Portillo, encontró a personajes que se han utilizado a lo largo del tiempo como una metáfora para depositarles todo lo malo, de ahí la frase “chivo expiatorio”. “Antes en la antigua Grecia, como en América, se utilizaban a hombres cornudos que representaban a los venados o chivos, se les vestía de pieles, se les ponían cencerros y… a correrle, porque los otros iban trás ellos a cazarlos”. El chivo expiatorio era aquel a quien expiar las culpas para después irlo a buscar, eliminarlo y limpiar con ello el mal de la comunidad.
“Alabar al vacío”, es una imagen que también tiene que ver con el final y con el hecho de que hay ciertas cosas a las cuales no tiene sentido encomendarse.
“El terror de haber emergido de la nada”, es un chico negro, abrazando a un chico blanco, el escenario se produjo a mano y después se intervino la obra con estrellas en chapa de plata, lo que produce una sensación tridimensional. Él el chico negro) es la representación del universo que abraza al hombre, lo reconforta un poco de ese vacío en el que estamos. “Una de las grandes fuentes de ansiedad del ser humano es el no saber si vamos a salir de aquí, esta ansiedad de sentirnos solos en un universo inmenso. Es un abrazo del universo mismo para decir perdón por aventarte aquí, discúlpame”.
“El cuerpo” es una representación que conecta con los hongos pleurotus florida, es la muestra de lo humano en su proceso de descomposición. “No sabemos si haya un fin porque de él surge toda la vida, es un proceso de transformación el de la muerte”.. Portillo.
La última es “Difracción”, termina el recorrido Sebastián Portillo, mientras señala la pieza que también tiene un intertexto del túnel de luz en el momento de la muerte, “que es el hecho de pasar a una etapa como de éxtasis y de terminar un poco este recorrido de miedo, de incertidumbre. Al final de los días, ya en el proceso de la muerte, eso le pasa al hombre al de dejar de respirar, se abren sus elementos químicos y sus estructuras y desaparece, o no desaparece y se convierte en otra cosa”. La difracción es un efecto de la luz en donde la luz se separa y se logran ver los colores que la componen.
Las piezas intervenidas por el hongo Pleurotus Florida son: una Biblia, donde creció el hongo de manera distinta, “al momento de ser papel y tener adentro otras bacterias pues parece haber surgido un bosque, piel, carne”. Mientras que en “Proyecto de inmortalidad II”, obra intervenida y transformada con hongos ya maduros y disecados que mezcla elementos como un teléfono, una televisión, medios de comunicación en proceso de degradación, que buscan resguardar la historia de la vida. En “Vanidades”, se critica algo tan banal como la belleza tan poco perdurable y tan codiciada.
Esta muestra es el resultado del concurso del Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) Creadores con trayectoria y del Sistema de Apoya a Proyectos Culturales de de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México en 2023 y se ejecuta en 2024
Desde junio 27 y hasta finales de septiembre de este año, “El Día que Destruí al Mundo” tendrá permanencia en el Centro Cultural Clavijero que se ubica en la calle Nigromante, 79, del Centro Histórico de Morelia. Abre sus puertas de martes a domingo de 11:00 a 18:00 horas, el acceso al museo es por la puerta de la librería Educal pues su portón principal está en restauración.
Sebastian Portilo
Foto?grafo nacido en Morelia Michoaca?n, Me?xico en 1978, egresado en teatro, artes plásticas y Ciencias de la Comunicación.
Ha publicado su trabajo en revistas impresas y digitales de Corea, Espan?a, Canada? y Me?xico. Cuenta con residencias de arte nacionales e internacionales y muestras colectivas e individuales en Mexico, Francia, Estados unidos y Buenos Aires en el Centro Cultural Recoleta.
Fundador y maestro del Centro de Artes Visuales y Cinematografía FOTOVIVA en la ciudad de Morelia y beneficiario en dos ocasiones dentro del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico en la categoría de creador con Trayectoria PECDA/FONCA 2018-2019 y 2023-2024