En la figura del autor de los Sentimientos de la Nación, se ha exaltado su papel como militar e ideólogo e incluso ha sido encumbrado como estadista, al igual que se ha desmitificado al hombre de carne y hueso para bajarlo del pedestal y medirlo con el rasero de los mortales.
En ese tránsito, la figura de un prócer raya entre lo mítico y lo real, como el hecho de que la figura de arriero con que la mayoría de los mexicanos relacionamos su figura es falsa, de acuerdo con el testimonio del autor Enrique Arreguín Oviedo1, quien en un texto publicado en el año de 1913, señala que más bien fue un labrador, es decir, un campesino, amante de su madre y de su hermana, a quienes acompañó en todo momento y con ese gesto impulsó la figura del personaje recio pero sensible.
Según Arreguín, Morelos “pasó toda su vida: en Valladolid hoy Morelia; en la Hacienda de Taüexo (Tahuejo) del Curato de Apatzingán; en Uruapan; en Tamacuaro de la Aguacana del Curato de Churumuco; en la Parroquia de Carácuaro, principalmente en la Vicaría de Nocupétaro, y en varios lugares de la República luchando por la Independencia de México”.
Morelos concluyó sus estudios en el Seminario de Valladolid o Tridentino, actualmente Palacio de Gobierno, sede del Poder Ejecutivo. El Seminario fue fundado originalmente por el rey Carlos II, por Real Cédula del 8 de diciembre de 1671, justo en el mismo domicilio donde Vasco de Quiroga había creado el Colegio de San Nicolás.
En 1732, el obispo Juan José de Escalona y Calatayud empezó la construcción del Seminario, aparte del inmueble de San Nicolás, y se fundó 69 años después de expedida la Real Cédula, es decir, en 1740. La obra quedó suspendida 24 años, de 1736 hasta 1761, siendo en este último año, el 18 de enero, cuando se “colocó la piedra fundamental en los cimientos de su capilla, donde es ahora la Cámara Legislativa”.
Del mismo autor, son estas palabras: “fue un héroe en el campo de batalla, también lo fue en su vida ministerial; fue un eclesiástico modelo que mucho honra al clero de Michoacán, como fue un soldado espartano que mucho honra a la República Mexicana”.
En el jardín de la Nueva España
Morelos nació en la antigua Valladolid en 1765, en el portal de un edificio que se ubica actualmente en Corregidora número 113, es decir, su madre parió en plena calle. Según sus propias palabras, “nací en el jardín de la Nueva España”, sin saber que con el devenir de los tiempos, esa ciudad vallisoletana adoptaría un nuevo nombre en su honor, el de Morelia, impuesto por el Congreso del Estado en 1828.
Desde ahí podría decirse que empezó una vida que cruzó entre la vida religiosa y la militar, con un papel sobresaliente como estratega en este último terreno y que le valió ser considerado como el Generalísimo. En el inicio de la guerra independentista, fue en Indaparapeo -y no en Charo, apunta otra vez Arreguín-, Morelos recibió de Hidalgo la encomienda de levantar tropas en la Tierra Caliente, el 20 de octubre de 1810.
Morelos fue hijo de un carpintero “medio indio y su madre criolla”, según narran las historiadoras María Ofelia Mendoza Briones y Martha Terán2. A los 20 años, el futuro militar trabajaba como administrador en una hacienda propiedad de su tío, Rafael Morelos.
Morelos estudió a los 25 años de edad en el Colegio de San Nicolás, donde conoció a Miguel Hidalgo, y se ordenó sacerdote en 1797 a los 32 años.
“Una vez ordenado entró a formar parte de las filas del clero bajo y fue a desempeñar su ministerio en la ya conocida tierra caliente. Carácuaro y Nocupétaro, asentadas en la región añilera da la que pertenecía Tahuejo, fueron el escenario de varios años de trabajo duro, como era el que habían todos los eclesiásticos que no tenían relaciones de amistad, políticas o económicas con los miembros del alto clero michoacano”, señalan Mendoza y Terán. En ese escenario, el cura Morelos conoció de las miserias de sus feligreses, principalmente indígenas. Esas vivencias lo guiaron cuando al conformar sus ejércitos, que “apenas llegaron a sumar unos cuatro o cinco mil hombres”, escogió a negros, mulatos y mestizos, bien organizados a diferencia de las tropas de Hidalgo, “cuyas acciones de anarquía y violencia desmedida habían sido muy bien capitalizadas por la propaganda realista”.
En Valladolid, “construyó una hermosa casa que, por cierto, ni su madre, que murió repentinamente en Pátzcuaro, ni él mismo llegaron a habitar”.
El 21 de agosto de 1811, Morelos estableció la Junta Suprema Nacional Americana, considerado “el primer cuerpo gubernativo mexicano”, establecido en Zitácuaro. Convocó en 1813 al Congreso de Chilpancingo, el cual impuso a Morelos el nombre de Generalísimo, investidura con la que expidió la Declaración de Independencia.
Ante los embates realistas y las derrotas en batallas -incluso en su propia tierra, Valladolid-, Morelos declara itinerante el Congreso de Chilpancingo, el que decide otorgarle facultades ejecutivas, a lo que Morelos responde que el sólo desea ser un “siervo de la nación”.
El 22 de octubre de ese año, 1813, se promulgó el Decreto Constitucional, en el que quedan asentados por primera vez los tres poderes de la nación: Legislativo (Supremo Congreso); Ejecutivo (Supremo Gobierno), y Judicial (Supremo Tribunal de Justicia).
El 14 de septiembre de 1813, Morelos concluye la redacción de Los Sentimientos de la Nación, “emocionada justificación social y política de la lucha por la independencia nacional”, según Mendoza y Terán.
Bajo ese contexto y avance del vallisoletano en lo militar e ideológico, Abad y Queipo emprende un plan “para destruir a Morelos, el alma y tronco de toda la insurrección”. En su exhorto a Félix María Calleja, Abad y Queipo indica que de no pararse la insurrección, “se consumará hasta el último extremo la devastación del reino y en menos de diez años no quedará una sola cara blanca en él. La idea de estos sucesos no entra en el censorio de nuestros americanos, ni aún en el de los más sabios, porque, todos están preocupados e ignorantes de los efectos necesarios de una anarquía, igualmente necesaria en la revolución de un pueblo cuya masa de habitantes desconoce los bienes de la sociedad y los verdaderos principios de la religión y la moral”.
El 21 de noviembre de 1815, los realistas apresan a Morelos y “excomulgado, vejado, destituido de su investidura sacerdotal, humillado”, escuchó su sentencia:
“En la ciudadela de la Plaza de México a 21 de diciembre de 1815, el señor coronel don Manuel de la Concha, en virtud del decreto que antecede del Excelentísimo Señor Don Félix María Calleja, Virrey y Gobernador y Capitán General de esta Nueva España, pero con asistencia de mí el secretario a la prisión donde se halla José María Morelos, reo en esta causa a efecto de notificárselo, y habiéndole hecho poner de rodilla le leí la sentencia de ser pasado por las armas por la espalda como traidor al rey, en virtud de lo cual se llamó a su confesor para que se preparara cristianamente; y para que conste por diligencia lo firmó dicho señor, de que yo el infrascripto secretario doy fe”.
Morelos, de carne y hueso…
El prócer independentista no escapó a la atracción por las mujeres e incluso procreó varios hijos, una estampa que hasta hace pocos años relativamente se difundió en contra de la imagen siempre recta de vallisoletano.
“Otras mujeres y otros hijos tuvo Morelos a lo largo de su campaña, mientras se saltaba por el arco del triunfo aquello del celibato de los curas”, escribió Vicente Leñero3 en un texto sobre Morelos a propósito del bicentenario de la Independencia.
Desde un amorío con Francisca Ortiz, un romance fallido, antes de que José María Teclo Morelos y Pavón se decidiera por estudiar en el Colegio de San Nicolás, las aventuras amorosas del autor de Los Sentimientos de la Nación derivaron en relaciones con Brígida Almonte, ya como cura en Carácuaro y Nocupétaro, y con quien tiene dos hijos, Juan Nepomuceno y Eligio.
Por cierto, cita Leñero, Juan Nepomuceno “encabeza el grupo de imperialistas que trae a México al barbudo Maximiliano”, años más tarde.
“Los historiadores registran dos concubinas más: Juana Rodríguez, de Taxco, de quien nació María Rodríguez, y Manuela de Aponte, de Oaxaca, de quienes nacieron Luciano Aponte y Jesús María Aponte”, señala Leñero.
Fuentes:
1.Autógrafos desconocidos de positivo interés. Inauguración del Gran Monumento en Memoria del Héroe Inmortal, de Enrique Arreguín Oviedo, publicado en 1913 y reeditado por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo en 1978.
2.El levantamiento popular, María Ofelia Mendoza Briones y Martha Terán, Capítulo IX de Historia General de Michoacán, Volumen II La Colonia, primera edición 1989, Gobierno del Estado de Michoacán, Instituto Michoacano de Cultura, Michoacán, México.
3.Morelos, nomenclaturas y mujeres, religión y patria, Vicente Leñero, en Héroes de novela, Proceso número 8, noviembre de 2009, fascículos coleccionables con motivo del Bicentenario de la Independencia.